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Cristo de la caída
Joaquín López Antay
Huamanga, Ayacucho, Perú, 1897 - Huamanga, Ayacucho, Perú, 1981.
Por María Eugenia Yllia Miranda

El retablista ayacuchano Joaquín López Antay fue una figura icónica del llamado arte popular peruano. Fue el creador más representativo del retablo, género artístico derivado del cajón San Marcos, un objeto ritual propiciatorio, que Antay renovó al introducir temas inspirados en festividades religiosas y estampas de costumbres regionales huamanguinas.  Su obra se dio a conocer en Lima a mediados de la década de 1940. En 1975 recibió el Premio Nacional de Fomento a la Cultura Ignacio Merino en el Área de Arte, hecho que lo puso en el centro del debate en torno a la dicotomía del arte culto y el arte popular que marcó un hito en la definición del arte peruano contemporáneo. Su obra fue declarada Patrimonio Cultural de la Nación el año 2016. Ese mismo año su familia creó la Casa Museo Joaquín López Antay en Huamanga, Ayacucho.

Nació el 23 de agosto de 1897 en Huamanga, Ayacucho. Fue uno de los cinco hijos del matrimonio conformado por el sastre Mariano López y la vendedora de zapatos, Eduarda Antay Momediano. A los quince años y con tercer grado de primaria, comenzó su aprendizaje con su abuela materna, Manuela Momediano, quien, junto a su esposo, Esteban Antay, especialista en la realización de kollke libro o pan de plata, dirigía uno de los más importantes talleres de baúles en Huamanga.  El historiador Pablo Macera ha señalado que alrededor de 1910 Momediano consolidó su propio estilo de cajón San Marcos, que sería transmitido a su circuito familiar de aprendices y trabajadores. En ese taller López Antay empezó a hacer retablos, cruces, máscaras, pasta wawas, caballitos de badana y cajones San Marcos, que era una pieza típica de la región, comercializada en Huamanga a través de la ruta de los arrieros.  Su hijo Ignacio López Quispe, relató a José Sabogal Wiesse que López Antay destacó en el proceso de aprendizaje, por lo que “doña Manuela, de edad avanzada, le dejaba el taller a su cargo. Y cuando se retiró le dejó todas sus herramientas” (Sabogal Wiesse 1993).

En 1925, ya dueño de su propio taller, contrajo matrimonio con la huamanguina Jesusa Quispe Gutiérrez. La pareja tuvo cuatro hijos de los que sobrevivieron solo Mardonio e Ignacio. Ambos continuaron con la tradición de los retablos y la transmitieron a sus hijos y nietos, entre los que destaca, Alfredo López Morales, activo hasta la actualidad en Huamanga.

A partir del encuentro con la pintora y coleccionista, Alicia Bustamante Vernal, López Antay innovó el formato tradicional del San Marcos imponiendo el retablo como un nuevo género artístico. El San Marcos es una caja rectangular de madera totalmente estucadas con yeso y pintada al temple, con dos puertas. Su interior está dividido en dos niveles, en el superior están los santos protectores de los animales y en el inferior la escena de la Pasión o el castigo al abigeo y la Reunión de la herranza. Todos los personajes están  confeccionados en un tipo de pasta hecha a base de yeso y papa, que luego era modelada o moldeada y pintada con anilinas. Los San Marcos se ofrecían a los wamanis a cambio de la protección del ganado, debido a ello eran muy solicitados por los campesinos de las regiones de Andahuaylas, Ayacucho y Huancavelica.  Al igual que su abuela Manuela Momediano, el taller de López Antay alcanzó importancia en Huamanga. Confeccionaba retablos, San Marcos, cruces, pasta wawas y estacionalmente salía a diversos pueblos de los alrededores de Huamanga a reparar cruces y santos.

Desde mediados de la década de 1940 los retablos de Joaquín López Antay se dieron a conocer en Lima, inicialmente a través de la Peña Pancho Fierro que dirigía la pintora y coleccionista Alicia Bustamante con ayuda de su hermana Celia Bustamante. En las primeras décadas del siglo XX el declive del sistema de arrieraje había afectado el circuito comercial del San Marcos, disminuyendo su demanda. Las hermanas Bustamante tendrían un papel clave en la transformación de los retablos, al impulsar un cambio de temática para acceder a otros mercados. El testimonio de José María Arguedas, esposo de Celia, da cuenta de ese crucial momento cuando “Alicia Bustamante viajó a Ayacucho en 1937, en misión oficial, para adquirir muestras de arte popular destinadas a una exposición internacional, no encontró un solo “San Marcos” en la ciudad ni tuvo noticias de la existencia de estos objetos. Fue ya en 194[1], cuando disponiendo esta vez de más tiempo, recogió informaciones sobre el escultor Joaquín López, conoció el artista y le encargó la confección de los primeros retablos que tiene en su colección”  (Arguedas 1958).

En una entrevista dada a Mario Razzeto en 1981, López Antay señala que “La señorita Alicia Bustamante siempre me compró retablos. Pero no le gustaban los que yo hacía. Me encargaba otros, como ella quería. Y yo le hacía. “Quiero cárcel de Huancavelica”, me decía, y yo le hacía. “Quiero jarana”, decía y yo le hacía. He hecho bastantes retablos para la señorita Alicia. Ella me decía: “Hazme corrida de toros”, y yo le hacía. Después le he hecho peleas de gallos, trillas, cruz velakuy, turu pukllay y el recojo de tunas. El que más le gustó fue la cárcel de Huancavelica. Todos se los llevó a la Peña Pancho Fierro, en Lima. Ahora está en la Universidad de San Marcos su colección; así me han dicho. Baúles también le he hecho, pasta wawas, cruces. Todo eso le interesaba a la señorita Alicia (Razzeto, 1982: 147). Al incorporar nuevas y diversas temáticas de la vida en Huamanga, los retablos se difundieron como obras de arte en el ámbito urbano limeño y fueron valorados además como contenedores de narrativas regionales que transmitían la creatividad y agencia de los pueblos andinos.

Los retablos de Joaquín López integraron la primera exposición del recién creado Museo Nacional de la Cultura Peruana en 1946, muestra organizada con las colecciones de Alicia Bustamante y de Elvira Luza. Entre 1947 y 1949 los pintores indigenistas José Sabogal Diéguez y Enrique Camino Brent visitaron a Joaquín López Antay en Huamanga y lo retrataron a la acuarela y al óleo. Contribuyeron también a ampliar la fama del artista las investigaciones de Emilio Mendizábal Lósack (1957, 1964) y José María Arguedas (1958), quienes dedicaron importantes estudios al cajón San Marcos, el Retablo y a la obra de Joaquín López Antay. Para inicios de la década de 1950 López Antay ya había formado su obra representativa y había consolidado su presencia en el ámbito limeño a través de diversas exposiciones entre las que destacan la de la Asociación Cultural Peruano Británica. (1950) o las múltiples muestras que presentó en el Art Center de Miraflores. 

El 25 de diciembre de 1975, El Instituto Nacional de Cultura le otorgó el Premio Nacional de Fomento a la Cultura Ignacio Merino en el Área de Arte a Joaquín López Antay a través de una resolución refrendada por el Ministerio de Educación. Se trató de un hecho sin precedentes, en el que la obra de un artista no académico de origen andino se impuso sobre la obra de figuras consagradas como Carlos Quízpez Asín (1900–1983), Teodoro Núñez Ureta (1912–1988) y del músico nacido en Alemania Rodolfo Holzmann (1910–1992). La comisión técnica del jurado calificador estuvo conformada por Carlos Bernasconi, Cristina Gálvez, Juan Gunther, Enrique Pinilla, Alfonso Castrillón Vizcarra, Vera Stastny y el pintor Leslie Lee, quien fue, según testimonio de Castrillón, quien llevó la propuesta al jurado.  El hecho suscitó reacciones encontradas de los miembros de la Asociación Profesional de Artistas Plásticos (ASPAP). Un grupo de artistas se manifestó en contra e impugnó el premio desvalorizando a los retablos como artesanías. En actitud de protesta, los artistas que estuvieron a favor del premio crearon el Sindicato único de Trabajadores en las Artes Plásticas, integrado también por el propio López Antay. El dictamen fue defendido por los miembros del jurado, principalmente por el historiador de arte Alfonso Castrillón, quien fundamentó sólidamente la validez artística del retablo como pieza representativa del arte popular ayacuchano.

El 12 de enero de 1976, el Seminario de Folklore del Instituto Riva Agüero de la Pontificia Universidad Católica del Perú, dirigido por la folclorista Mildred Merino de Zela, organizó la mesa de debate “Arte académico, arte popular” para discutir el premio. Participaron diversos intelectuales y artistas como López Antay y Castrillón, Macera, Josafat Roel Pineda, Raúl García Zarate, Enrique Iturriaga y Luis Meza. Ese mismo año López Antay viajó a México para representar al Perú en el Congreso Mundial de Artesanía. Un año después, en 1977, integró la delegación de artistas que representó al Perú en la  XIV Bienal de São Paulo, selección que estuvo a cargo de Leslie Lee, Raúl Apesteguía y Jorge Thomas, y que reavivó el debate y la crítica a la política cultural nacionalista del gobierno militar.

Joaquín López Antay falleció a los 85 años de edad en su casa-taller del barrio de La Amargura, en Ayacucho, el 28 de mayo de 1981. Ignacio López Quispe señala que su padre reconoció a distintos aprendices, además de sus hijos, a quienes enseñó su arte. Destacaron también el huantino Jesús Urbano Rojas, Pompeyo Huamán y su nuera Eulalia Padilla esposa de Ignacio (1992). Sus obras se encuentran en las colecciones Alicia y Celia Bustamante del Museo de Arte de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, la Casa de las Américas en La Habana, Cuba; el Museo Nacional de la Cultura Peruana la Colección Elvira Luza del Museo de Arte y Tradiciones Populares del Instituto Riva-Agüero, la colección de John Davis, Jorge Thomas, el Museo de Arte de Lima, entre otras.

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Título: Joaquín López Antay

Autor: Enrique Camino Brent

Créditos: Museo de Arte de Lima. Comité de Formación de Colecciones 2017 y Comité de Adquisiciones de Arte Contemporáneo 2017

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