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Desde que Francisco Pizarro y sus tropas hicieron el primer contacto con el Tahuantinsuyo en 1528, la violencia forjaría las bases de un nuevo orden en los Andes.

Crear un nuevo orden

Desde que Francisco Pizarro y sus tropas hicieron el primer contacto con el Tahuantinsuyo en 1528, la violencia forjaría las bases de un nuevo orden en los Andes.

Por Ricardo Kusunoki

La brutalidad de la invasión tiene una de sus tempranas demostraciones en la historia de Atahualpa, el inca que fue tomado prisionero en 1532 en Cajamarca, y que terminaría siendo ejecutado pese a pagar un fabuloso rescate de oro y plata a sus captores. 


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Pero en medio de los excesos de aquel contexto también existieron ciertos márgenes de negociación. En el propio desmantelamiento del imperio participaron numerosos nativos, quienes se sumaron a las tropas invasoras y buscaron insertarse con alguna ventaja dentro de una sociedad que aún estaba en construcción. A su vez, en 1558, el virrey del Perú recibía al inca Sayri Túpac, quien, tras numerosas negociaciones, finalmente aceptó reconocer la autoridad de la corona española con la condición de recibir numerosos beneficios para él y su familia. Dentro de la misma lógica, en una sociedad en donde la desigualdad entre personas se consideraba como algo natural, la corona reconoció privilegios a muchos descendientes de la antigua élite inca por encima de la gran mayoría de nativos. 
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Violencia y negociación también constituyen los polos extremos del complejo proceso cultural que se inició con la invasión del Tahuantinsuyo. Por ello apenas quedan testimonios escritos de las fabulosas riquezas del imperio, pese a que causaron admiración en Europa no sólo por su valor intrínseco, sino también por el sofisticado trabajo de los orfebres locales. Nada más simbólico que parte de esos metales haya llegado hasta nuestros días en la forma de monedas, acuñadas en 1535 a pedido del rey Carlos I de España (Mateu y Llopis 1945, 63-91). Para financiar la invasión de Túnez, el monarca mandó fundir los objetos incas que había recibido del tesoro de Atahualpa, así como el dinero que Francisco I de Francia pagó tras ser capturado en Pavía. 


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Igual de simbólico resulta el proceso por el que, a inicios del periodo colonial, un platero indígena elaboró un pequeño recipiente hoy propiedad del MALI. La pieza fue realizada con plata obtenida a partir del reciclaje de objetos prehispánicos. Ellos serían fundidos para convertirse en una aquilla, un tipo de vaso ritual inca cuyo uso se había mantenido vigente tras la conquista. De hecho, mientras el artífice indígena otorgó al recipiente la forma que caracterizaba a las aquillas prehispánicas, lo decoró con motivos de figuras y animales mitológicos europeos. Así, en su propia transformación, el metal precioso del vaso da cuenta de las dinámicas de ruptura y continuidad que caracterizó a la construcción del orden colonial.


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Fuentes:

  • Mateu y Llopis, Felipe. 1945. “Las acuñaciones barcelonesas de oro de Carlos I y la introducción del escudo en España”. Anales y Boletín de los Museos de Arte de Barcelona III (1): 63-91.


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