Hacia mitad del siglo XV, los incas iniciaron un proceso sostenido de expansión fuera de la región del Cuzco que, en menos de cien años, llegaría a incorporar a diversas poblaciones dispersas por todos los Andes y el Altiplano. Esta formación política, conocida luego como Tahuantinsuyo, se apoyaba en una combinación de estrategias militares, económicas, sociales e ideológicas, implementadas en base a las dinámicas establecidas entre el Inca y las élites de cada localidad.
Hacia mitad del siglo XV, los incas iniciaron un proceso sostenido de expansión fuera de la región del Cuzco que, en menos de cien años, llegaría a incorporar a diversas poblaciones dispersas por todos los Andes y el Altiplano. Esta formación política, conocida luego como Tahuantinsuyo, se apoyaba en una combinación de estrategias militares, económicas, sociales e ideológicas, implementadas en base a las dinámicas establecidas entre el Inca y las élites de cada localidad.
Hacia mitad del siglo XV, los incas iniciaron un proceso sostenido de expansión fuera de la región del Cuzco que, en menos de cien años, llegaría a incorporar a diversas poblaciones dispersas por todos los Andes y el Altiplano. Esta formación política, conocida luego como Tahuantinsuyo, se apoyaba en una combinación de estrategias militares, económicas, sociales e ideológicas, implementadas en base a las dinámicas establecidas entre el Inca y las élites de cada localidad.
Tradicionalmente, la consolidación del Tahuantinsuyo ha estado asociada a las obras y hazañas de tres grandes gobernantes: Pachacútec, Túpac Yupanqui y Huayna Cápac. Sin embargo, una lectura detenida de las fuentes escritas evidencia que el éxito de esta organización dependió también de diversos agentes al servicio del estado, muchos de ellos afiliados a través de lazos de parentesco sanguíneo, alianzas matrimoniales y un sistema de privilegios otorgados por el Inca. Entre ellos destacaron los curacas, representantes del estado que reemplazaron a las autoridades locales en las provincias.
Según César Itier, el Tahuantinsuyo “se pensaba metafóricamente como una gran familia compuesta por una fratría de tributarios” (Itier 2023: 27). Este cuerpo social se habría apoyado en una jerarquía de cargos, ocupados principalmente por hombres, teniendo a la cabeza al Inca gobernante o Sapa Inca, luego a los apus, y por debajo de ellos a los curacas. Estos últimos podían dividirse en varias categorias, ordenadas jerarquicamente, de acuerdo al número de unidades familiares que estos señores controlaban o supervisaban en ciertas labores organizadas por el estado (MALI 2020). Mientras que los curacas (kuraqa, “hermanos mayores”), que tenían a cargo a un gran número de familias (waranqa kuraqa, 1000 familias), detentaban su cargo de forma hereditaria, aquellos de menor jerarquía, conocidos como camayoc (kamayuq), parecen haber sido rotativos.
Los curacas se encargaban de la movilización de grupos para obras públicas y campañas militares, la supervisión de procedimientos judiciales, el registro contable de recursos y poblaciones, el mantenimiento de las instalaciones físicas del estado, así como mantener la paz en las provincias. Los camayoc operaban a un nivel más bajo, ejerciendo un poder discrecional en la implementación de proyectos y la asignación de deberes. Los curacas principales, como se les menciona en la mayoría de los documentos coloniales, dependieron enteramente del Inca, quien les confería bienes suntuarios, chacras y demás privilegios. Todo ello le permitía patrocinar las fiestas en donde podía solicitar a sus “hermanos menores” el apoyo en trabajos colectivos a favor del gran señor del Tahuantinsuyo. Los curacas recibían finas prendas de vestir y vasos para beber; sin embargo, los camayoc o maestros, no recibían recursos ni tenían personal de servicio (D´Altroy 2023: 58).
Las crónicas ilustradas de Martín de Murúa y Felipe Guaman Poma de Ayala dejaron un registro visual de las autoridades y agentes administrativos vinculados a la organización política de fines del siglos XVI e inicios del XVII, roles que en muchos casos tenían su origen en época prehispánica. Estas figuras se distinguen por el uso de atuendos y adornos que parecen haber resaltado su filiación y cargos. Muchos utilizaban grandes orejeras que estiraban sus lóbulos, por lo que luego fueron conocidos como “orejones”. Algunos vestían camisetas sin mangas o uncus (unku), decorados con listas o bandas verticales. Asimismo, solian llevar un llauto alrededor de la cabeza, al que cosian una plancha de plata conocida como canipu. Esta insignia era usada por funcionarios de diversa jerarquía, desde los visitadores hasta los gobernadores de provincias, aunque también se observan en algunos cascos o tocados sobre la cabeza de los capitanes del ejercito inca.

- D´Altroy, Terence N. 2023. “Tahuantinsuyo. El imperio inca”. En: R. Kusunoki, C. Pardo y J. Rucabado (ed.), Los incas. Más allá de un imperio, 54-61. Museo de Arte de Lima – MALI.
- Itier, César. 2023. “Siete palabras claves para entender a la sociedad inca”. En: R. Kusunoki, C. Pardo y J. Rucabado (ed.), Los incas. Más allá de un imperio, 26-31. Museo de Arte de Lima – MALI.