Aunque no se conocen las circunstancias precisas de su ejecución, todo indica que esta obra fue realizada en la década de 1860, quizá durante el último viaje de Francisco Laso a Europa, y constituye una de sus composiciones más originales y complejas. A ella dedicó numerosos estudios y apuntes que revelan su laboriosa concepción a manera de un friso. La escena muestra el episodio final de una conocida leyenda andina, recogida por varios intelectuales limeños desde mediados del siglo. El relato, ambientado en tiempos coloniales, cuenta los amores ilícitos de un cura de indios que asesina a su amante, para luego fabricar con uno de sus huesos una quena, cuyo sonido se asociaba con el supuesto carácter melancólico de los indígenas. Laso elude la truculencia de la historia para representar el momento en que el cadáver del cura es transportado por sus feligreses hacia el cementerio, lo que le permite representar una lucha simbólica entre el bien y el mal. Así, el grupo de demonios que sale de las profundidades de la tierra es ahuyentado por los dos ángeles que presiden el cortejo. El carácter fantástico de la historia armoniza con el estilo del cuadro, inspirado por corrientes europeas recientes como los nazarenos o los prerrafaelitas, cuyas producciones, investidas de un fuerte contenido simbólico, habían despertado el interés del artista.